miércoles, 30 de noviembre de 2011

el prefijo de Ceuta

La plaza de África es una de las plazas centrales de Ceuta. Está flanqueada por el Palacio de la Asamblea y la catedral y es como si dijésemos, un cuadrado dividido en cuatro por un cruce de caminos y flanqueado por la calle O’Donnell y la avenida de las Palmeras. En el centro está el monumento a los caídos en la guerra de África, la de nuestros tatarabuelos, y a ambos lados, un hotel de lujo y la Comandancia General. En ella hay lo de todas las plazas, bancos con gente leyendo el periódico, kioscos de prensa, cabinas de teléfono y alguna que otra fuente. Está enmarcada por una fila de palmeras que la rodea, y sus jardines se hayan rodeados por jardineras con margaritas y petunias de múltiples colores.
Argentina, tenía uno de esos kioscos de prensa, o mejor dicho el kiosco, porque los otros se habían reinventado y vendían flores, helados y bebidas. Subía la persiana a las ocho de la mañana y tenía una clientela de lo más variopinta. A primera hora venían los madrugadores en busca de tabaco y la prensa. Después los niños del Colegio de la Inmaculada, que en el recreo lo asaltaban y con un duro se llenaban los bolsillos de Chupa Chups, caramelos y gominolas. A última hora, cuando el sol coqueteaba con el horizonte, era la hora de los militares de la Comandancia y las monjas de los conventos colindantes, que acabada su jornada se unían a una muchedumbre de marroquíes y españoles que daban el paseo de la tarde. Los militares compraban periódicos y revistas de fútbol y de chicas. Las monjas, aunque no compraban mucho, se inclinaban por las estampas religiosas y postales para sus familiares.
Argentina conocía la vida de todos los que por allí pasaban, como la de Amador, el barrendero del barrio, que era el más madrugador, y que vivía en el puerto en un barco de su hermano y al que las malas lenguas decían su mujer había echado de casa por borracho. O la de Fátima que, aunque árabe de origen, ofrecía sus servicios a los soldados por un módico precio, en un piso que también se rumoreaba le había puesto el general De Gaulle en la calle 23.De Gaulle, ni era general, ni se llamaba así. Era un teniente cuya madre había nacido en Pau, de donde había venido a los 15 años, pero era el único francés que conocían por aquellos lares. En Ceuta había tantas calles y tan poco acuerdo en cómo llamarlas, que finalmente, tras el enésimo cambio de gobierno y de nombres se decidió poner a unas calles letras, y tras terminar con estas, números, y con estos era más complicado acabar.
También solía pasar por allí el Torón, que era famoso porque toreaba a los seiscientos y ochocientosciencuenta a la puerta del bar Canarias, cuando ya no le quedaba nada que beberse, o mejor dicho nada con qué beber. Su único amigo era el Tarara, que era un moro viejo que vendía brillantina y perfume casero de casa en casa, y que le aceptaba siembre un cigarrillo y le daba conversación. Y estaban los soldados que siempre venían a comprar sellos y sobres para las cartas que mandaban a la familia y a sus novias. Todos mandaban cartas con nombres de chica, y Argentina sospechaba que muchos las mandaban aunque no tuviesen novia. El cuartel era como un palacio donde el protocolo obligaba.
Entre estos soldados, la mayoría de reemplazo por un plazo de dos años, estaba Mauricio. Era de un pueblo de León y aquella semana estaba de enhorabuena porque había venido a verlo su novia Pilar y el teniente le había dado tres días de permiso. Había alquilado a Fátima el piso para que pudiese quedarse su novia. Esta tenía una boda en Casablanca e iba a estar fuera una semana, que a más de uno se le iba a hacer larga.
Y pasaban el día viendo los alrededores y paseando aunque la verdad, Ceuta se acababa enseguida, de modo que se entretenían en el mercado, cocinando, paseando y viendo películas en el cine Terramar o en el Astoria. También iban a bailar al Ceutí y a comer pipas y beber una copita de Anís del Mono o de Fundador en el bar Bandera. Y a la tarde, ella iba todos los días a la cabina de teléfono que estaba al lado del quiosco de Argentina y llamaba al pueblo porque su madre todavía no creía que Ceuta existiese.
Pero todo lo bueno se acaba, y tuvo que volverse a su pueblo a esperar, mientras Mauricio cumplía con la patria. La despedida tuvo lugar en plena plaza bajo la atenta mirada de Argentina que, sentada en una silla devorando unas pipas, apuraba un cafelito que había estado tibio hacía una hora. Los abrazos y arrumacos le partían a uno el corazón. No se volverían a ver hasta dentro de cuatro meses cuando el mozalbete tuviese dos semanas de permiso tras jurar bandera. Ahora quedaba un largo viaje, primero en barco hasta Algeciras y luego en tren hasta León, donde dormiría con una prima que trabajaba en una casa de sirvienta, y que era la envidia del pueblo cuando volvía con aquellos vestidos y aquellos bolsos tan caros. Hasta una tele en blanco y negro trajo un día a su madre, pero claro, al no haber repetidor en las cercanías se veía fatal y se la tuvo que llevar. Castilla ha sido siempre más de radio, decía su padre.
Y cada viernes, a las siete en punto estaba Mauricio esperando en la cabina de teléfonos la llamada de su amada, y cada viernes tarde hablaban por espacio de diez minutos, porque era conferencia y no estaban los tiempos para grandes dispendios. Pero para Pilar, era el principio y final de su semana. Hablaba tanto y de tantas cosas, que a veces él se limitaba a escuchar con una sonrisa tonta que ella no veía. Y le contaba cosas del pueblo y de sus amigos, de su trabajo en la panadería familiar, y de cotilleos de embarazos e infidelidades. Hasta llevaba una lista de cosas que quería contar, no fuese que se quedase sin nada que decir. Ella odiaba aquellos silencios. Y Argentina observaba sus gestos y expresiones faciales y en el fondo soñaba que era ella a quién llamaban y pensaba qué pocos de aquellos romances llegarían a buen puerto.
Aquella semana sin embargo algo extraño sucedió. El martes vio a Mauricio paseando con Fátima y otra chica, y hasta le pareció que éste agarraba de la mano a la otra. No era posible. Su imaginación le había jugado una mala pasada sin duda. Argentina no salía de su asombro y no volvió a verlo en toda la semana hasta el viernes en que, para su alivio, a las siete volvía a estar él esperando como de costumbre junto al cordón umbilical de su amor. Allí se tiró los habituales diez minutos, aunque lo vio mirar al reloj en varias ocasiones, bostezar y desde luego su mirada había cambiado. Argentina estaba acostumbrada a ver a los chicos con unas y con otras, pero esto le dolía sobremanera, porque conocía a la dulce Pilar y porque hacían una pareja tan bonita.
El viernes siguiente llegadas las siete en punto, el teléfono empezó a sonar como tenía por costumbre en los últimos meses. Él siempre esperaba a que diese un par de toques antes de coger. Argentina miraba horrorizada al teléfono sonando y oteaba cual centinela en su garita a un lado y a otro mientras atendía a un señor gordo con bigotes, que quería un cartón de tabaco, y no veía a nadie. El teléfono estuvo sonando durante un minuto que a Argentina le pareció una hora. Era como si la vida en la otrora animada plaza, se hubiese paralizado, y hasta cuando se fue a la cama veía aquel locutorio vacío y aquel gemido intermitente que era aquella llamada sin respuesta. Y se imaginaba a aquella chica en el teléfono de pago de aquel pueblo de León, pensando por qué Mauricio no había respondido su llamada, y dando explicaciones a unos y otros que estos aceptaban con cierta sorna.
Y al viernes siguiente a las siete de la tarde volvió a sonar aquel teléfono y Argentina mientras despachaba revistas y golosinas no lo perdía la vista. El único alivio vino con su silencio que sonó a despedida y a sueños truncados y muerte. Y la semana siguiente cuando vio a Mauricio con aquella joven y se acercaron a comprar unas pipas, no se le ocurrió nada mejor que espetarles un “Hoy no hay pipas, pero que desvergüenza”.
Y el teléfono volvió a sonar, porque hay corazones llenos de esperanza que hay que romper en mil pedazos para que no se vuelvan a unir, y Argentina, ya no pudo aguantarlo más, y salió del quiosco y cogió el auricular. Lo primero que escuchó fue un sollozo:
“Hola… ¿Mauri?”
“Hola, no, que el Mauri no ha podido venir…mira lleva tres semanas en el calabozo porque le tocaba hacer guardia en el alto de Alhucemas y se quedó dormido, y además encontraron media botella de orujo en la garita, y bueno, pues que le sueltan el lunes parece ser. Me ha mandado que te diga que el viernes que viene estará aquí”
“Ah, pobrecito…pues muchas gracias por darme el recado…llevo tres semanas con el corazón en un puño…, pues nada el viernes ya lo llamo. Dele un beso muy fuerte de mi parte si lo ve…”
Y en esto que al día siguiente pasaba por allí Fátima a primerísima hora con cara de no haber dormido y Argentina se envalentonó y le preguntó por Mauricio, y esta le respondió así:
“¿Mauricio? No cuentes con verlo mucho más por aquí, se ha marchado a Tánger con una mora y ha dejado el cuartel. Si vuelve le sacan la piel a tiras. Yo no te he dicho nada, ¿Oyes chula…?”
Argentina quedó muda.
“¿Que si me oyes pitufa?”
“Sí, sí, tranquila, es que mira su novia sigue llamándolo todos los viernes y le dije ayer que si llamaba el viernes que viene seguro que estaba…”
“Pues como no te busques a otro…”
Así que cuando volvió a llamar Pilar, Argentina volvió a coger el teléfono y le contó que en el calabozo había cogido una pulmonía y que estaba en el hospital. Le dijo, sin embargo que salía al día siguiente, no fuese que la niña se presentase en Ceuta en dos días. Habló con el Tarara, que conocía la historia, porque no era el primero que hacía lo mismo y le dijo “Suelen volver a los tres o cuatro meses con el rabo entre las piernas. En cuanto ven que su única opción es casarse con la muchacha, hablan con la familia que a su vez habla con algún general o algún amigo del caudillo, y vuelven a empezar la instrucción y aquí no ha pasado nada. Yo si quieres le puedo mandar un mensaje, guapa”
Pero la Argentina pensaba y sabía que esperar y desesperarse vienen siempre de la mano y decidió dar a la chica una alegría y hacer como había dicho Fátima y buscarle a otro. No tenía mucho tiempo, Pilar se negaba a esperar hasta el viernes y le había dicho a Argentina que volvería a llamar el domingo a la misma hora. Argentina buscaba un chico que tuviese una voz como la de Mauricio y hablaba como nunca con todos los chicos que se acercaban hasta el quiosco.
Fermín tenía probablemente la misma edad, era posible que hasta la conociese. Era un chico de Oviedo al que ya faltaba poco para volver a casa. Era algo más alto y delgado que Mauricio. Su voz era ligeramente ronca, como la de Mauricio, fruto del hábito de fumar por aburrimiento, como fuman casi todos en la mili. Su novia, una mora de Asilah, había vuelto a su pueblo para una supuesta boda pero de ella no se volvió a saber nada, así que se pasaba las tardes solo, paseando y meditando. Argentina se lo pediría como un favor personal, y así ganaría tiempo y quién sabe, Mauricio podría regresar en cualquier momento. A cambio, le presentaría a de Gaulle que, además de alquilar pisos a sus acompañantes, llevaba el tema de los permisos en el cuartel.
El chico accedió, porque además barajaba la posibilidad de reengancharse al ejército después de los dos años de rigor, y conocer a De Gaulle no le vendría mal. Se informó de las costumbres y manías de Mauricio-muchas de las cuales ya sabía por compartir batallón- aunque no se conocían personalmente. Nadie parecía tener nada contra el Mauri: jugaba a las cartas, compartía los cigarrillos y no era ni un chivato ni un pelota. Además siempre tenía una botellita de orujo a mano. Había pasado desapercibido y eso en el cuartel era fundamental para que la cosa no se alargase. Parece que recientemente había escrito una postal a uno de los compañeros y efectivamente era muy feliz e iba a haber boda, que sería en Tánger en octubre. Solo le faltaba avisar a la familia. Otro que empezaba la casa por el tejado.
A las siete de la tarde ella llamó como de costumbre, y el cogió a los dos toques, como se le había instruido. A ella le dio un vuelco el corazón y a Argentina otro, aunque la segunda lo ocultara tras un periódico de deportes que había cogido para disimular. Y él demostró estar a la altura de los Cary Grant de su tiempo y le contó con pelos y señales todos los detalles de su truncada juerga en la garita y de su posterior arresto y convalecencia. Hoy, decía él, estaba pletórico, tan es así, que había invitado al Torón a un chupito de cazalla, por no beber solo, y este lo había llevado al muelle donde le había mostrado un libro de poemas que había hecho. Ella simplemente lloraba de felicidad, tan lejos del auricular como podía, y pensó que ya era hora de que él le contase algo. Ella siempre hablaba como una cotorra y en realidad vivía en un anodino pueblo de Castilla La Vieja, donde el mayor cambio era el del tiempo.
Y siguieron hablando con más o menos la misma periodicidad todos los viernes y contándose cuentos de la vida real. Mientras tanto, al parecer El Mauri había vuelto a Ceuta, con cara de derrota por diez a cero y es que según se decía, su familia no debía conocer a nadie muy cercano al Generalísimo porque se iba a pasar tres meses en el calabozo y otros tres limpiando letrinas. De modo que a Fermín le entro una angustia terrible y es que cada vez que doblaba una esquina veía al Mauri que se le encaraba y le pedía explicaciones, así que el siguiente viernes se confesó con Pilar y le contó quién era, o más bien quién no era y ésta le dijo:
“Mira, desde el primer día me di cuenta de que no eras Mauricio. Me ha decepcionado y además posteriormente he hablado con algún compañero suyo y ya conocía la historia. No es la primera vez que pasa porque también aquí en el pueblo me hizo lo mismo y si he seguido hablando contigo es porque estaba triste y sola, y porque lo que me contabas me entretenía. Lo mío con el Mauri caducó hace años. Me encantaría que nos viésemos y pudiésemos conocernos un poco más. También sé que ha vuelto y que pronto querrá volver a verme, ¡Pero lo nuestro se ha acabado!”. Y así se sinceraron y sin siquiera preguntarle su verdadero nombre quedaron en hablar la semana siguiente.
Y a las siete de la tarde Pilar volvió a llamar a Fermín y lo primero que hizo fue preguntarle su nombre entre risas. Unas porque la última vez había olvidado tan trivial cuestión y otras porque mientras le hablaba lo estaba observando desde el otro lado de la plaza, donde había otra cabina y es que ni corta ni perezosa había decidido venirse y ver a alguien de quién ni siquiera sabía el nombre. Y la conversación fue la habitual con él contándole como habían cogido al albanés, que era un italiano hijo de albaneses que suministraba a los soldados de bebida y cigarrillos por la mitad de precio y hasta de revistas clandestinas que traía de Francia. Al parecer uno de los cargamentos de huevos en los que camuflaba las golosinas había cogido fuego y luego el cadáver de los huevos quemados había tomado forma de botellas de orujo y whisky. Y ella le contó lo contenta que estaba de que siguiesen hablándose y de la nueva tienda que quería abrir en el pueblo.
Y en el baile del Ceutí, al que él acudió regularmente, como todos los viernes, con otros de sus compañeros de mili, ella se le acercó y empezó a charlar con él y él la sacó a bailar y al irse, la acompaño a casa, que no era otra que el Hotel Renaissance. En el camino, él le contó que había conocido a una chica por teléfono y que todo había sido casual, pero que hablaban todas las semanas y él estaba seguro de que sería el amor de su vida y además había decidido darle una sorpresa y ya había comprado los billetes de tren para ir a verla sin avisar el lunes a su pequeño pueblo de León.
Ella sonrió y se despidieron con dos besos en las mejillas. Desde luego que iba a ser una sorpresa. Solo faltaba asegurarse de llegar antes que él.

sábado, 12 de noviembre de 2011

vivir el presente

VIVIR EL PRESENTE


para todos nuestros desmemoriados

-¿A dónde vas?
-¿Por qué crees que voy a algún sitio?
-Porque yo por ejemplo voy hacia Saldaña, y veo que tú vas en la misma dirección…
-¿O sea que todos los que van hacia allí van a Saldaña? Dijo señalando al horizonte.
-Bueno, supongo que todos no…pero bueno…hoy es martes y hay mercado. La mayoría seguro que va hacía allí.
-Tienes razón, voy hacia Saldaña. Confesó.
-¡Pues monta, que te llevo!
-¿Por qué crees que quiero que me lleves?
-Pues porque ya son las 12 y si vas andando te queda como otra hora y para cuando llegues estará todo a punto de cerrar, ¡Seguro que ya no hay ni pan! ¿De dónde eres?
-Del anterior pueblo
-Del anterior pueblo soy yo, y tú no eres de allí.
Claro, como que soy del anterior.
-¡Ah! De Quintanilla, pues nunca te había visto…
-Yo a ti tampoco… ¿Vienes por aquí mucho?
-A diario
Y así se conocieron Fortunato y Nosé camino de Saldaña, o más bien deberíamos decir en el camino de Saldaña por lo que parece y después aparece. Era una carretera más de Castilla la Vieja, recta y plana, flanqueada por idénticos postes de la luz. El único entretenimiento para los andarines era quizás un ligero cambio en el cielo, o en el canto de las cigarras. Raro era el pájaro que se aventuraba a buscar alimento en un ambiente tan inhóspito. Por lo demás, Fortunato era un tipo fornido, de grandes manos, una sola ceja y mucho pelo. Nosé tenía más pinta de oficinista. Era rubio y delgado. Sus ojos eran de un azul casi transparente.
Al llegar a Saldaña buscaron sitio y dejaron el coche detrás del cuartelillo de la guardia civil. Fortunato tenía que hacer un par de recados y se dirigió sin demora a la plaza. Para su sorpresa, aquel hombre que había recogido en la carretera no se separaba de él y llegada la hora de volver le preguntó con curiosidad:
-Yo voy a volver al pueblo ya, ¿Quieres que te lleve a Quintanilla?
En esto, Nosé se sintió acorralado y decidió sincerarse con Fortunato:
-Mira, imagino que te habrá parecido extraño encontrarme y que me comporte de un modo tan peculiar. A decir verdad, hoy he amanecido en la cuneta de una carretera y no recuerdo ni quién soy, ni de dónde vengo. He decidido empezar a andar y todo lo que recuerdo hasta el momento es lo que he visto contigo. Pensé que tal vez alguien me reconocería, o que viendo cosas, casas y gentes caería en la cuenta de quién soy, pero hasta el momento ha sido en vano.
Fortunato, antes de montarse en el coche, pidió a Nosé que montase en el asiento del piloto, y este así lo hizo y hasta arrancó y metió primera, en dirección a Velillas, su pueblo.
-Bueno, al menos sabemos que sabías conducir. Tal vez haya sido por un accidente de circulación. Puede que te hayas golpeado en la cabeza, ¡Vamos a ver que dice la guardia civil! Conozco…
-No estoy seguro de que quiera saber quién era. Sé quién soy. Eso me basta por ahora.
-¿Y cómo te llamas?
-Nosé
-Bueno, tendré que llamarte de algún modo, digo yo.
-Llámame como quieras, algún nombre muy común en la zona…a mi me da igual. ¿Qué tal José…?
-Pero bueno, ¿tú te has mirado a un espejo? dijo moviendo bruscamente el espejo interior del coche y dirigiéndolo a su cara.
-Tienes pinta de un tipo corriente, seguramente tengas trabajo y familia. Mira tus manos…tú no has cogido una azadilla en la vida. Además a juzgar por tu barba, juraría que hace menos de una semana que te has afeitado. Y no estás precisamente desnutrido, vamos que no tienes mucha pinta de delincuente. No llevas alianza, así que seguramente no estés casado. Llevas ropa de marca, tan mal no te iba. Eres educado y no tienes pinta de borracho ni de drogadicto.
-Mira, probablemente todo lo que dices sea verdad. Sin embargo, lo único que tengo hoy en día es mi instinto y los recuerdos de un niño de un día. Vamos a esperar, aunque sea a mañana, para ver si recuerdo algo. Ahora mismo no quiero saber quién era. Espero que lo entiendas, dijo encogiéndose de hombros.
Y en esto se fueron los dos para Velillas donde nadie conocía al susodicho y donde Fortunato y su mujer Consuelo dieron al desafortunado conversación, comida y cobijo.
Al día siguiente al despertar se llevó tal susto al verse rodeado de muebles y enseres extraños que bajo corriendo las escaleras y cogió la carretera por el mismo sitio que el día anterior. No había llegado a hacer dos kilómetros cuando Fortunato le adelantó a toda velocidad con su Simca. Paró a un lado de la carretera y bajo del coche.
-Oye, ¿Pero qué te pasa…? , ¡Para!, ¿A dónde vas? ¡Ni siquiera has desayunado!
Nosé -que no José- siguió andando sin siquiera mirar a Fortunato y eso a pesar de sus constantes exhortos a que dejase de andar. Finalmente decidió obrar como el día anterior y tras preguntar a dónde vas y recibir por contestación un “¿Por qué crees que voy a algún lado?” que a Fortunato le sonaba mucho y repetirle la retahíla del mercado y de lo tarde que era, finalmente accedió a montarse en el coche y allá que se fueron los dos al Josmar, uno de los bares más madrugadores de Saldaña, a desayunar unas porras y un café con leche.
Se sentaron y una vez más Nosé se sinceró y le confesó a Fortunato que no recordaba nada más allá del momento de despertarse en una horrible habitación llena de ropa de algún difunto y de luz. Fortunato, perplejo, decidió hacer algunas averiguaciones por su cuenta en el cuartelillo de la guardia civil. Tenía que entretenerle durante un rato. De este modo le comento a Nosé:
-Mira, ayer te recogí en la carretera a eso de las 12 y viniste conmigo a mi casa, donde estuvimos charlando y cenando con mi mujer, y después te fuiste a dormir. ¿No recuerdas nada de esto tampoco…? ¿Te apetece ir al cine? Igual así recuerdas algo al ver viendo otras ciudades y a otras personas. Yo mientras tengo que hacer unas gestiones.
-Todo lo que recuerdo es lo que he vivido hoy, pero no me importa el pasado, lo que cuenta es lo que haga hoy.
-Pero si no tienes pasado, ¿Cómo vas a tener futuro? Las personas construimos el presente día a día en base a cosas que aprendemos, personas que conocemos, cosas que vamos haciendo poco a poco, que no se pueden terminar en un día. No se puede labrar una tierra, sembrarla, sulfatarla y cosecharla en el mismo día. Los niños van a la escuela para aprender cosas que usarán el día de mañana, y el día de mañana, cuando estén de aprendices, verán cosas que utilizarán pasado mañana. ¿No lo entiendes?
¿Qué vas a recoger mañana si no has sembrado nada hoy? ¿Qué quieres comer si no lo has trabajado? Además como ya te dije ayer, está claro por tus ropas y apariencia que has llevado una vida de lo más normal.
De este modo se despidieron en la taquilla del cine Morrondo, donde Fortunato, tras adquirir una entrada para la matinal, quedó en volver a buscarle a la una y media. Mientras, iría a hablar con Justino, el guardia civil, y juntos pondrían fin a este entuerto.
Nosé entro al cine y se sentó en la última fila junto a todo un colegio que también había venido a ver la película. Últimamente el cine prácticamente vivía de los colegios. Las televisiones eran muy comunes. Los chicos, enseguida se hicieron los amos de la sala, y sin mayor interés en la película -una adaptación al cine del Sueño de una noche de verano de Shakespeare- decidieron celebrar que estaban fuera de las aulas aullando, tirándose papeles y riendo por cosas insignificantes. La profesora, avergonzada por tal alboroto, se aproximó a Nosé y le pidió disculpas. El sonrió. Para él todo era nuevo, todo era un gran estímulo: las historias y fanfarronerías de los chicos, el cortejo a las hembras, las gamberradas… Era algo primitivo y atractivo. Shakespeare podía esperar. Así se lo hizo saber a la profesora que maravillada por su comprensión, pero avergonzada por el comportamiento de los chicos le ofreció una entrada para ver la película de nuevo sin molestias en la sesión de la tarde. A esto Nosé contestó:
-¿Y usted también vendría…? verá, no me gusta venir al cine solo. Hoy he venido porque mi amigo Fortunato está haciendo unos recados y luego me llevará de vuelta al pueblo. Mañana tenemos mucha faena, ¿Sabe? Tenemos que ir a arar una tierra.
-Bueno…no sé, quizás otro día, ¿qué le parece mañana?
José pensó en ayer, o mejor dicho, pensó en que no recordaba que hubiese habido un ayer y se dio cuenta de que mañana tampoco recordaría el hoy y contestó:
-Hoy es mi única posibilidad, pero no importa, nos volveremos a ver…supongo.
Ella le miro a los ojos y vio en aquellos ojos azules una profunda zozobra, una inocencia infantil y una galantería que hizo que le fuera muy difícil resistirse.
Después de clase, él la fue a buscar y antes del cine tomaron un café y charlaron. Del colegio, de los chicos, de cine y de Saldaña. Él se esforzaba en encontrar algo qué decir y decidió que lo más seguro era mostrar interés y preguntar mucho. Ella se sintió escuchada y tras la película, que una vez más no vieron, accedió a que él la acompañase a casa. Al despedirse ella le confesó:
-Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien.
-Yo no recordaba haberme divertido tanto con alguien. Confirmó él
-¿Vendrás mañana a buscarme al colegio?
Él sabía que aquel día había se estaba acabando, que los sentimientos que empezaban a fraguarse en su interior, se desvanecerían en cuanto se quedase dormido. Que estaba condenado a olvidar y volver a construir de cero una casa que tanto le estaba gustando. Que si la vida es un libro compuesto de muchos capítulos conexos, la suya era una frase fuera de contexto. Su vida ya no era una vida, ni siquiera una centésima de segundo. La perdida de la memoria implicaba una carencia del hilo conductor, de esos recados que Fortunato dejaba para el día siguiente. Su vida era un rosario infinito de vivencias olvidadas. Cada día volvería a hacer el mismo viaje del bajo al primero y cada día de su vida le parecería nuevo el edificio.
De repente pensó en Fortunato. ¡Él podía ayudarle! ¡Claro!, le contaría todo y le pediría que se lo repitiera con todo detalle al día siguiente, e iría al colegio a buscar a la maestra y sería ella quien le reconocería a él. Y bueno, al día siguiente debería hacer lo mismo, pero bueno, vivir al día era muy aburrido, ¡Dos días es el doble de uno!…incluso podía probar una semana…Así que contestó:
-¡Claro!, ¿a la misma hora?
-Sí, ¡Que duermas bien! Dijo ella y con una sonrisa se metió en casa.
De repente, un coche paró a su lado. No era el coche de Fortunato. Una mujer salió de él haciendo aspavientos.
-Enrique… ¿Dónde te habías metido?