jueves, 31 de marzo de 2011

artes y desartes

ARTES Y DESARTES
La historia del arte está plagada de anécdotas de pintores y escultores. Quizás el que más se prodigue  sea Picasso,  ya sea  porque nos es tan cercano o por su ingenio. Una de las más famosas  aconteció en torno al “Guernica”. Sucedió en Paris, hacia 1940, cuando ya estaba ocupada por los nazis. Resulta que había un grupo de alemanes viéndolo y uno le preguntó ” ¿Esto lo ha hecho usted?” a lo que él respondió “Bueno… en realidad lo han hecho ustedes”.

 También en Paris, donde  vivió gran parte de su vida y  en el café La Cuopola en Montparnasse estaba Picasso reunido con un grupo de intelectuales y artistas como Cocteau, Rouseau, Gris, Apollinaire…cuando tras mucho comer, beber y debatir llegó la hora de la dolorosa. Picasso –que del grupo era el único que empezaba a cotizarse-decidió entonces hacer un dibujo en el mantel  a modo de pago. Al terminar y enseñárselo a la propietaria ésta le dijo: “¿Me lo puede firmar por favor?” a lo que Picasso contestó: “Yo estoy pagando el almuerzo, no estoy comprando el restaurante”.
En otra ocasión, durante una corrida de toros, también obsequió con un dibujo suyo al picador Eugenio Arias. Le hizo un dibujo en el sombrero que éste le tiró para dedicarle la faena. Arias al parecer vendió el susodicho por cincuenta duros aunque tras hablar con algún experto se apresuró a recuperarlo arrepentido. Con ese sombrero finalmente se compró su primera casa.
Coetáneo de Picasso fue Matisse. En palabras de Francoise Gillot, amante de Picasso, Ambos artistas se llegaron a odiar tanto que tras 25 años de dimes y diretes comenzaron una amistad de la que han quedado numerosos testimonios. Ambos comparten una anécdota similar. Al parecer en una ocasión una mujer que estaba viendo una  exposición de Picasso le recriminó su obra y le preguntó:” ¿Cómo puede pintar así?”A lo que éste dijo “Pinto lo que veo”. Ella ni corta ni perezosa le espetó un “!Que pena que no vea lo que pinta!”.También a Matisse en cierta ocasión una mujer le dijo “Estoy convencida de que ese brazo es demasiado largo”, a lo que Matisse respondió “Madame, estaís equivocada. Esto no es una mujer. Es un cuadro”.
 Sin embargo la historia más curiosa en torno a Matisse la protagonizó su cuadro “Le bateau” que estuvo nada menos que  47 días colgado al revés en el MOMA hasta que alguien se percató. Por delante  probablemente pasaron expertos y otros que no lo eran tanto. También Bansky -conocido artista grafitero británico-se coló en el MOMA –y otros cinco museos de Nueva York- y colocó un cuadro con una lata de tomate TESCO-el equivalente al Eroski aquí-para rivalizar con la Campbell’s de Warhol y allá que estuvo la lata una semana hasta que alguien la echó de más.
El propio Warhol fue desde luego un artista muy mediático, excéntrico e irreverente y protagonizó curiosos incidentes. Uno de ellos sucedió en una noche de gala en el club neoyorquino Studio 54 donde, delante de la madre del presidente Jimmy Carter se bajó los pantalones. Afortunadamente para la dama, debajo llevaba sus inseparables Levy Strauss. La peluca que además de disimular su calvicie le hizo famoso, fue subastada por Christie’s en 2006 y su preció alcanzo la cifra de 10,800 dólares. Eso sí, llevaba todavía la cinta adhesiva que él usaba para ajustársela.

Warhol inició en 1961 una serie de cuadros hechos al orinar sobre lienzos pintados con pintura de cobre y mediante su posterior oxidación. Famoso por orinar en público fue también el trágicamente desparecido Jackson Pollock .En una ocasión incluso en la chimenea de Peggy Guggenheim, su mecenas. En palabras de Peggy, cuando descubrió a Pollock, sus cuadros se vendían por mil dólares. Sin embargo  su preció se incrementó de un modo exponencial, tanto que hoy en día ostenta el record del cuadro más caro de la historia con su Number 5 que se vendió por la friolera de 140 millones de dólares.

En esta lista figuran los ya mencionados Picasso y Wharhol, y otros como Klimt, Van Gogh, De Kooning, Bacon  o Giacometti.
También Monet aparece en esta lista aunque en un modesto decimotercer lugar con uno de sus cuadros de nenúfares que alcanzó los 80 millones de dólares. El propio Monet protagonizó en Guiverny, en 1891 un chascarrillo curioso. Le gustaba pintar al natural como sabemos y parece ser que se enteró de que Los álamos que estaba pintando corrían peligro pues los había adquirido un maderista de la zona y claro, el no había terminado el cuadro. Ni corto ni perezoso fue a hablar con él y se los alquiló hasta que terminase su famoso cuadro.
También a Cezanne le gustaba tanto la pintura al aire libre que según decía perdía la noción del tiempo. Tanto es así que en una ocasión fue encontrado por unos labradores,  inconsciente bajo una intensa lluvia y al despertar preguntó “¿Ya ha despejado?, ¿Puedo terminar el cuadro?” Desgraciadamente una semana después fallecería de una pulmonía. Aunque de artistas y finales trágicos mejor hablamos otro día.

martes, 22 de marzo de 2011

el viejo reloj


Tengo un reloj en el salón que no funciona. Es un reloj anciano. Su cara tiene las mismas manchas marrones que tienen los viejos y sus brazos son finos y débiles. Es muy silencioso y duerme todo el tiempo. Espera que le dé cuerda un día. En su carita de luna pone José Arribas pero con este nombre en internet solo aparece un hospiciario que murió y fue enterrado en una fosa común durante la guerra civil.
 Marca siempre las siete y siete. No sé si serán de la tarde o de la mañana, la verdad es que a ninguna de las dos horas estoy en casa. Me lo dio Alberto que a su vez lo había heredado de su tía. A veces me preguntó en qué momento se paró el reloj. Pienso que tal vez se paró porque ella dejó de darle cuerda, ya enferma. O tal vez lo llevó a arreglar y le dijeron que ya estaba viejo y no merecía la pena arreglarlo. También es posible que muriera después de ella. No sé cuanto dura la cuerda de un reloj de ese tipo. Se me ha pasado la cabeza que cuando te queda poco tiempo es mejor no mirar los relojes. Supongo que llega un momento en la vida en que da igual que hora sea. No hay que descartar que nunca haya funcionado y también a ella le gustase parado.
Lo cierto es que estoy rodeado de relojes. Tengo uno en el horno y otro en el microondas. Otro en el despertador y uno más en la televisión. Hasta la lavadora lleva un reloj  incorporado. Y claro, cada vez que se va la luz aquello es la anarquía y como no me molesto en ponerlos en hora cada uno me marca una hora diferente. El único que siempre da la hora bien dos veces al día es el viejo reloj del salón de la tía de Alberto que en paz descanse.Sería una pena arreglarlo y cargarse su historia, ¿No?

lunes, 21 de marzo de 2011

La Felisa








Velillas del Duque es un pequeño pueblo. Apenas quedan veinte casas en pie aunque probablemente las más interesantes sean las que ya no lo están. Como aquella que había en la calle mayor cuando todavía no se llamaba calle mayor porque sencillamente no se llamaba. Alguien la había abandonado a toda prisa. Había platos en la pila, sábanas en las camas, cuadros, espejos  y hasta los orinales estaban debajo de las camas. Era de ladrillo y era la única que se distinguía por su elegancia. O aquella otra al lado de la casa de La Felisa que tenía una locomotora de tren en su interior y un carro viejo en su patio. Aunque a su hermano no le hacía mucha gracia que entrásemos.
Aquel día cogí el coche para ir a Saldaña como muchos días. Saldaña era el  pueblo grande que hay cerca de todos los pueblos pequeños. Son seis kilómetros que se hacen en apenas cinco minutos pero que requería toda una preparación: había que ducharse, peinarse y asegurarse de que nadie del pueblo necesitase que le comprase algo. Es un pueblo que a mí me parecía grandísimo aunque viniese de una capital. Había de todo: carnicerías, pescaderías, bares, discotecas, colegios…y todo esto con solo tres mil habitantes. Y siempre hacía sol. Menos aquel día.
Cuando estaba a punto de llegar, después de pasar los cárcavos, vi a lo lejos una figura encorvada y macilenta que avanzaba hacia mí. Es curioso cómo somos capaces de reconocer los andares de cualquier persona que nos resulte familiar. Era La Felisa. Y ¿cómo no? Paré. Me dijo que iba al pueblo. ¿A dónde si no? Hacía un viento horrible y ella apenas llevaba un vestido de hilo y una chaquetina. Se sentó en el asiento del copiloto y comenzó a hablar. Llevaba una garrafilla de Anís. Todos tenemos secretos inconfesables. Reparé en sus piernas. Estaban llenas de magulladuras y me dijo que un perro se le había tirado. Y me dijo, como cada vez que me la encontraba, mi edad y la fecha de mi nacimiento. El cuatro de Julio. Justo el día que cayó la chispa en su casa. La chispa era un rayo y por lo visto se llevó por delante a uno de los machos, que no eran otros que los encargados de hacer las labores del campo. Ella nunca conoció el tractor. Ni el bruto de su hermano.
No me lo decía con agrura. Solo para demostrarme lo lúcida que estaba. Y cuantas más veces me lo decía en un mismo verano más certeza me daba. La Felisa hablaba con esa voz a la que parece le falten revoluciones y sobren dos o tres tonos. Era un llanto seco, una especie de quejido. Te miraba con esos ojos de quien mira más de lo que le miran. De quien busca oros pero siempre le han dado bastos. De quién solo está solo.
Al llegar a casa mi abuela, que como siempre me estaba haciendo una tortilla de patata,  por la que nunca le di las gracias, me contó que la Felisa había tenido un hijo de joven y que se decía que era de un pastor, aunque las malas lenguas decían que no había habido en el pueblo  más pastor que su hermano en busca de calor. Pues resulta que al niño se lo quitaron entre la madre, el cura y las monjas de un convento y luego le dieron que había muerto. Ya se sabe, por el qué dirán. Como que no iban a decir nada de otra manera.
La Felisa siempre buscó a este niño. Lo buscaba cuando estaba en la solana hablando con la Dominica hasta que la sombra ganaba la batalla al sol. Lo buscaba cuando iba al lavadero con una camisola que lavaba y relavaba mientras hablaba con una y con otra. Cuando salía a pasear a las cuatro de la madrugada en camisón con las medias rotas  por el pueblo. O cuando iba a Saldaña a buscar su penitencia y su consuelo.
Al final, la metieron  en una residencia en Saldaña para que no tuviese que ir andando todos los días, y hasta un día se escapo y fue a buscar a ese niño. Fue fácil dar con ella  camino de Velillas. Con las piernas ensangrentadas porque se había caído al rio. O se había querido tirar, como más de uno de ese pueblo.
Y  no era un niño sino una niña y desde luego no estaba muerta. Años después de que falleciese La Felisa, aunque nadie en el pueblo sabe con certeza cuándo ocurrió esto, un programa de televisión de esos en los que hijos buscan a sus  madres llegaba a Velillas para alborozo de todos. Llegaba tarde a un pueblo al que la también la televisión había llegado  tarde.

jueves, 10 de marzo de 2011

once eme

POZO DE GUERRA Y MUNDO
La primera llamada fue a las nueve. Sonia trabajaba en movistar desde hace tan solo un mes y su trabajo era apasionantemente aburrido. Cada día le daban un listado de posibles clientes compuesto por  antiguas altas, contratos frustrados y otros. Estos últimos eran de dudosa procedencia y eran los más numerosos. Iba a ofrecer a Javier un contrato a una tarifa que éste no podría resistir. Era la segunda vez que lo intentaba sin éxito. Si no cogían cinco veces se le tachaba de la lista. En ocasiones fantaseaba con cómo serían los clientes, y los imaginaba altos, bajos, rechonchos o barbilampiños por su voz más o menos aguda, varonil o profunda. La mayor parte de las conversaciones duraban dos minutos porque en Madrid la gente no tenía tiempo de estrellas de película. Desde luego Javier no tenía tiempo.
 La segunda aconteció a eso de las nueve y cinco. Marga quería dar un recado a José. Finalmente iría ella a por los niños al cole. Solo tenían un coche, que ella solía coger. Vivían en Vallecas .Estaban contentos porque él había encontrado trabajo de aparejador en una constructora para hacer planos para una sala de conciertos de un pueblo de Murcia. Además les había tocado un piso de protección y las posibilidades de algo así en Madrid eran muy bajas. Las posibilidades de que te toque cualquier cosa siempre son bajas. Al menos eso pensaba Marga. Si seguía sin coger el teléfono se iban a juntar los dos allí y eso sería una faena. O eso pensaba marga.
La tercera fue a las nueve y diez. ¿Donde se había metido este tío? Manuel llevaba trabajando en la gasolinera de Embajadores diez años en los que había visto de todo. Le habían atracado tres veces y se le habían ido sin pagar  hasta en veinte ocasiones. Y  él no lo entendía,  porque había unas cámaras que registraban la matricula y en diez días al tío le llegaba la carta de los abogados emplazándole a pagar en un plazo de dos días bajo amenaza educada de denuncia y gastos de demora etc. Casi todos pagaban y ponían alguna excusa para tener prisa. Hasta en Domingo. Hoy Lola le llamaba por cuarta vez. Quería irse a casa en una noche aburrida. Quería dormir algo antes de ir a sus clases de ballet. Su jefe le había dicho que hasta que no llegase Manuel no se podía ir. Los jefes también se equivocan.
Los teléfonos sonaban incesantemente uno al lado del otro con distintas melodías. Algunos incluso con sarcástico tonos  humorísticos. Hasta 20 había reunido la policía. Los había alineado todos en el andén  como nefasta metáfora de los cuerpos que todavía estaban  por aparecer e identificar porque los teléfonos sirven para vender, avisar, tranquilizar y porque esta vez habían servido para algo muy diferente. En realidad no habían servido para nada.
Las siguientes llamadas, cuando ya había aparecido todo en las noticias eran llamadas agónicas, llamadas en que no se esperaba respuesta, pero que sin embargo uno se niega a no hacer. Llamadas en las que la no respuesta es esperanza pero la educada voz de un guardia civil significa un adiós, o un al diablo.

gitana