miércoles, 25 de mayo de 2011

Velillas del Duque

La lata de dar de comer a las palomas


                                                             El lavadero sin La Felisa


Los ratones ganaron al final

                    
                                                                 Esperando a la abuela

                                                                    
                                                                        Ni dos ni tres


                                                             En la poza

                                                        
                                                   La llave de casa de La Tila


                                                              La plaza vieja de Saldaña


                                                                                 La Tila


                                                                     Juego de bolos


                                                                  El atardecer

lunes, 23 de mayo de 2011

Josafat 2

Herminio y Teófilo, dos de sus vecinos decidieron hacerle creer que eran las ocho de la mañana cuando realmente eran las cinco.Herminio se las ingenió para colarse en su casa con el pretexto de echar un vistazo a los ajos y le cambió el despertador, que por otro lado poco utilizaba. Teófilo sería el encargado de que su gallo cantase antes de lo que era su costumbre.
Josafat estaba eufórico. Por fin se iba a reconciliar con aquel pueblo que odiaba y amaba y es que en la familiaridad de sus elementos integrantes uno encuentra consuelo hasta en la peor prisión. Había estado los últimos meses tallando una escultura de madera que quería donar a la iglesia que siempre le había dado la espalda.Era el corazón de Jesús, todo el pueblo tenía calendarios con el.Josafá siempre había sido habilidoso con las manos pero en esta ardua tarea había puesto todo su empeño. Ya estaba casi lista. El domingo sería el día. Estaba deseando ver la cara que pondrían los demás del pueblo.
 Oyó el despertador de aquel 3 de Agosto y se dispuso a coger su saco de ajos y recorrer con ellos los casi seis quilómetros que le separaban de Saldaña. A decir verdad, nunca los terminaba porque siempre alguien paraba y le llevaba.
Era penosa su estampa con el saco a la espalda. Antes de salir de casa puso como siempre la olla a fuego lento con unas patatas y unos trozos de carne dura como su vida. Estaría justo apunto cuando regresase. Al salir de casa,  saludó a Teófilo, sentado en el pollo de su casa, como era su costumbre y comentó con él lo oscuro que había salido el día. Su sorpresa creció a medida que se aproximaba a Saldaña porque apenas pasaron dos coches que más que pararle se esforzaron en esquivarle. Finalmente, al llegar a los Cárcavos, y cuando ya había recorrido la mitad del trayecto Antonino, el panadero de Quintanilla paró y le dijo:
-Pero Josafat, qué haces tú a estas horas solo por estas carreteras? Te he dicho mil veces que te puedo llevar yo…Pero si son las 6 y media de la mañana hombre de dios…
-¿Cómo que las seis y media? No lo entiendo…y así quedó cabizbajo pensando cómo todo era posible.
Al llegar al banco, este estaba cerrado,  con lo que se dirigió a la plaza y puso los ajos bajo los soportales del ayuntamiento. Al menos había cogido el mejor sitio. Hoy iba a calentar. Aunque no era su costumbre, subió al café Galán, lo único abierto y se tomó un café con leche. Y se fumó dos Ducados seguidos.
El día transcurrió con normalidad, sacó su dinero, vendió unos pocos ajos, charló con este y el otro y a la hora de volver recogió en silencio y se marchó. Como era amigo de Heraclio el de Portillejo, éste le esperó y a las dos se dispusieron a volver juntos.
Cuando llegaban al puente de piedra vio alarmado una columna de humo que salía del pueblo. Era extraño porque inmediatamente le invadió una sensación de desazón y ansiedad. Cuanto más se acercaban más seguro estaba que era su casa. No entendía nada. Las imágenes se agolpaban en su mente y pasaban una tras otra veloces…el despertador, la olla, el gallo, Teófilo, Antonino, la olla, el despertador, la columna de humo, la olla. Una lágrima de impotencia se asomó a su ojo derecho.
Siempre había deseado ver Velillas arder cuando volvía de Quintanilla de jugar a las cartas.



martes, 17 de mayo de 2011

Josafat


Josafat era uno de esos hombre que me conoció aunque yo a él no. Estas cosas pasan cuando uno es demasiado joven  y el otro demasiado mayor con lo que para cuando uno se entera de dónde está al otro ya se le ha olvidado. A quién sí conocí fue a su hermana, la Alberta, nombre de hombre feminizado en honor probable de un antepasado.
 La vi en innumerables ocasiones pero siempre estaba haciendo lo mismo. Debía tener ya más de ochenta y siempre estaba en el camino del rio, con un hatillo de leña a la espalda. Iba completamente encorvada y siempre vestía de negro inquisición. En otras ocasiones la vi escarbando los ajos- su único sustento que yo sepa- o vendiéndolos en Saldaña. Éramos vecinos y de repente un día se fue y unos cazadores compraron su casa que se debió caerse de la pena. Tenía una ventanuca al lado de nuestra puerta por la que yo solía mirar aunque apenas se vislumbraba una pequeña y lúgubre cocina y un catre en que casi no debía caber.Por más que te acercases a ella jamás desprendía olor alguno.
Josafat era uno de esos personajes que habitan todo pueblo que se precie. Por referencias se que era objeto de burlas y menosprecios de muchos del pueblo. También me han contado que su madre no quería tenerlo y que se golpeaba el vientre en busca de un desenlace temprano del embarazo. El niño, tozudo desde el vientre, nació con evidentes taras físicas y su padre, que era el maestro del pueblo para más inri, lo tuvo diez años encerrado en casa sin poder salir. Solo se oían a la noche los quejidos de un animal herido por la mano que debía darle de comer. Él solía decir que si existía el infierno, allá estarían desde luego sus señoritos, que es como en aquella temerosa y beata Castilla se llamaba a los padres.
¿Y qué hacía mientras tanto la gente de ese pequeño pueblo? Pues lo que hubiésemos hecho todos: ver, oír y callar. Bueno y cotillear al salir de misa y al ir al lavadero o al rio de paseo.El niño aprendió a hablar y a escribir gracias a su hermana y a pesar de los maestros.
Esta historia se enmarca en el año 1975, año glorioso para España aunque sea más gracias a la madre naturaleza, que al carácter rebelde español. Varios hombres del pueblo decidieron aquel día de Agosto gastar una broma al susodicho Josafat. Una tontería. Ellos sabían que siempre se levantaba pronto los martes para ir al mercado y así hacer los recados, vender los ajos e ir al banco a cobrar la exigua pensión de 300 pesetas que le correspondía por llevar la espalda paralela al suelo (…continuará)


miércoles, 11 de mayo de 2011

las bicicletas huérfanas

                                                 Las bicicletas huérfanas