Josafat era uno de esos hombre que me conoció aunque yo a él no. Estas cosas pasan cuando uno es demasiado joven y el otro demasiado mayor con lo que para cuando uno se entera de dónde está al otro ya se le ha olvidado. A quién sí conocí fue a su hermana, la Alberta, nombre de hombre feminizado en honor probable de un antepasado.
La vi en innumerables ocasiones pero siempre estaba haciendo lo mismo. Debía tener ya más de ochenta y siempre estaba en el camino del rio, con un hatillo de leña a la espalda. Iba completamente encorvada y siempre vestía de negro inquisición. En otras ocasiones la vi escarbando los ajos- su único sustento que yo sepa- o vendiéndolos en Saldaña. Éramos vecinos y de repente un día se fue y unos cazadores compraron su casa que se debió caerse de la pena. Tenía una ventanuca al lado de nuestra puerta por la que yo solía mirar aunque apenas se vislumbraba una pequeña y lúgubre cocina y un catre en que casi no debía caber.Por más que te acercases a ella jamás desprendía olor alguno.
Josafat era uno de esos personajes que habitan todo pueblo que se precie. Por referencias se que era objeto de burlas y menosprecios de muchos del pueblo. También me han contado que su madre no quería tenerlo y que se golpeaba el vientre en busca de un desenlace temprano del embarazo. El niño, tozudo desde el vientre, nació con evidentes taras físicas y su padre, que era el maestro del pueblo para más inri, lo tuvo diez años encerrado en casa sin poder salir. Solo se oían a la noche los quejidos de un animal herido por la mano que debía darle de comer. Él solía decir que si existía el infierno, allá estarían desde luego sus señoritos, que es como en aquella temerosa y beata Castilla se llamaba a los padres.
¿Y qué hacía mientras tanto la gente de ese pequeño pueblo? Pues lo que hubiésemos hecho todos: ver, oír y callar. Bueno y cotillear al salir de misa y al ir al lavadero o al rio de paseo.El niño aprendió a hablar y a escribir gracias a su hermana y a pesar de los maestros.
Esta historia se enmarca en el año 1975, año glorioso para España aunque sea más gracias a la madre naturaleza, que al carácter rebelde español. Varios hombres del pueblo decidieron aquel día de Agosto gastar una broma al susodicho Josafat. Una tontería. Ellos sabían que siempre se levantaba pronto los martes para ir al mercado y así hacer los recados, vender los ajos e ir al banco a cobrar la exigua pensión de 300 pesetas que le correspondía por llevar la espalda paralela al suelo (…continuará)
Ah, el viejo Josafat…, cuánto sufrió el pobre hombre en su Velillas. Y los chavales, que siempre estábamos tomándole el pelo al salir de la escuela porque, en el fondo, nos “gustaba” cuando se enfadaba y hacía como que nos quería pegar con sus manos amenazantes que apenas si podía mover… (éramos unos críos, pero visto aquello con los ojos de hoy, hay bromas que no se pueden gastar a una persona así). Aún le recuerdo con su traje de pana negro apoyado en cualquier pared del pueblo, pero sobre todo en las cercanías de la escuela, viendo pasar el tiempo y esperando que alguien le dijese algo que no le molestase, para contestar con su particular “sentido del humor”…
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