lunes, 23 de mayo de 2011

Josafat 2

Herminio y Teófilo, dos de sus vecinos decidieron hacerle creer que eran las ocho de la mañana cuando realmente eran las cinco.Herminio se las ingenió para colarse en su casa con el pretexto de echar un vistazo a los ajos y le cambió el despertador, que por otro lado poco utilizaba. Teófilo sería el encargado de que su gallo cantase antes de lo que era su costumbre.
Josafat estaba eufórico. Por fin se iba a reconciliar con aquel pueblo que odiaba y amaba y es que en la familiaridad de sus elementos integrantes uno encuentra consuelo hasta en la peor prisión. Había estado los últimos meses tallando una escultura de madera que quería donar a la iglesia que siempre le había dado la espalda.Era el corazón de Jesús, todo el pueblo tenía calendarios con el.Josafá siempre había sido habilidoso con las manos pero en esta ardua tarea había puesto todo su empeño. Ya estaba casi lista. El domingo sería el día. Estaba deseando ver la cara que pondrían los demás del pueblo.
 Oyó el despertador de aquel 3 de Agosto y se dispuso a coger su saco de ajos y recorrer con ellos los casi seis quilómetros que le separaban de Saldaña. A decir verdad, nunca los terminaba porque siempre alguien paraba y le llevaba.
Era penosa su estampa con el saco a la espalda. Antes de salir de casa puso como siempre la olla a fuego lento con unas patatas y unos trozos de carne dura como su vida. Estaría justo apunto cuando regresase. Al salir de casa,  saludó a Teófilo, sentado en el pollo de su casa, como era su costumbre y comentó con él lo oscuro que había salido el día. Su sorpresa creció a medida que se aproximaba a Saldaña porque apenas pasaron dos coches que más que pararle se esforzaron en esquivarle. Finalmente, al llegar a los Cárcavos, y cuando ya había recorrido la mitad del trayecto Antonino, el panadero de Quintanilla paró y le dijo:
-Pero Josafat, qué haces tú a estas horas solo por estas carreteras? Te he dicho mil veces que te puedo llevar yo…Pero si son las 6 y media de la mañana hombre de dios…
-¿Cómo que las seis y media? No lo entiendo…y así quedó cabizbajo pensando cómo todo era posible.
Al llegar al banco, este estaba cerrado,  con lo que se dirigió a la plaza y puso los ajos bajo los soportales del ayuntamiento. Al menos había cogido el mejor sitio. Hoy iba a calentar. Aunque no era su costumbre, subió al café Galán, lo único abierto y se tomó un café con leche. Y se fumó dos Ducados seguidos.
El día transcurrió con normalidad, sacó su dinero, vendió unos pocos ajos, charló con este y el otro y a la hora de volver recogió en silencio y se marchó. Como era amigo de Heraclio el de Portillejo, éste le esperó y a las dos se dispusieron a volver juntos.
Cuando llegaban al puente de piedra vio alarmado una columna de humo que salía del pueblo. Era extraño porque inmediatamente le invadió una sensación de desazón y ansiedad. Cuanto más se acercaban más seguro estaba que era su casa. No entendía nada. Las imágenes se agolpaban en su mente y pasaban una tras otra veloces…el despertador, la olla, el gallo, Teófilo, Antonino, la olla, el despertador, la columna de humo, la olla. Una lágrima de impotencia se asomó a su ojo derecho.
Siempre había deseado ver Velillas arder cuando volvía de Quintanilla de jugar a las cartas.



1 comentario:

  1. Triste historia para un triste hombre, el bueno de Josafat de Velillas. San Josafat casi, si no hubiese ya un santo con su mismo nombre...

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