sábado, 12 de noviembre de 2011

vivir el presente

VIVIR EL PRESENTE


para todos nuestros desmemoriados

-¿A dónde vas?
-¿Por qué crees que voy a algún sitio?
-Porque yo por ejemplo voy hacia Saldaña, y veo que tú vas en la misma dirección…
-¿O sea que todos los que van hacia allí van a Saldaña? Dijo señalando al horizonte.
-Bueno, supongo que todos no…pero bueno…hoy es martes y hay mercado. La mayoría seguro que va hacía allí.
-Tienes razón, voy hacia Saldaña. Confesó.
-¡Pues monta, que te llevo!
-¿Por qué crees que quiero que me lleves?
-Pues porque ya son las 12 y si vas andando te queda como otra hora y para cuando llegues estará todo a punto de cerrar, ¡Seguro que ya no hay ni pan! ¿De dónde eres?
-Del anterior pueblo
-Del anterior pueblo soy yo, y tú no eres de allí.
Claro, como que soy del anterior.
-¡Ah! De Quintanilla, pues nunca te había visto…
-Yo a ti tampoco… ¿Vienes por aquí mucho?
-A diario
Y así se conocieron Fortunato y Nosé camino de Saldaña, o más bien deberíamos decir en el camino de Saldaña por lo que parece y después aparece. Era una carretera más de Castilla la Vieja, recta y plana, flanqueada por idénticos postes de la luz. El único entretenimiento para los andarines era quizás un ligero cambio en el cielo, o en el canto de las cigarras. Raro era el pájaro que se aventuraba a buscar alimento en un ambiente tan inhóspito. Por lo demás, Fortunato era un tipo fornido, de grandes manos, una sola ceja y mucho pelo. Nosé tenía más pinta de oficinista. Era rubio y delgado. Sus ojos eran de un azul casi transparente.
Al llegar a Saldaña buscaron sitio y dejaron el coche detrás del cuartelillo de la guardia civil. Fortunato tenía que hacer un par de recados y se dirigió sin demora a la plaza. Para su sorpresa, aquel hombre que había recogido en la carretera no se separaba de él y llegada la hora de volver le preguntó con curiosidad:
-Yo voy a volver al pueblo ya, ¿Quieres que te lleve a Quintanilla?
En esto, Nosé se sintió acorralado y decidió sincerarse con Fortunato:
-Mira, imagino que te habrá parecido extraño encontrarme y que me comporte de un modo tan peculiar. A decir verdad, hoy he amanecido en la cuneta de una carretera y no recuerdo ni quién soy, ni de dónde vengo. He decidido empezar a andar y todo lo que recuerdo hasta el momento es lo que he visto contigo. Pensé que tal vez alguien me reconocería, o que viendo cosas, casas y gentes caería en la cuenta de quién soy, pero hasta el momento ha sido en vano.
Fortunato, antes de montarse en el coche, pidió a Nosé que montase en el asiento del piloto, y este así lo hizo y hasta arrancó y metió primera, en dirección a Velillas, su pueblo.
-Bueno, al menos sabemos que sabías conducir. Tal vez haya sido por un accidente de circulación. Puede que te hayas golpeado en la cabeza, ¡Vamos a ver que dice la guardia civil! Conozco…
-No estoy seguro de que quiera saber quién era. Sé quién soy. Eso me basta por ahora.
-¿Y cómo te llamas?
-Nosé
-Bueno, tendré que llamarte de algún modo, digo yo.
-Llámame como quieras, algún nombre muy común en la zona…a mi me da igual. ¿Qué tal José…?
-Pero bueno, ¿tú te has mirado a un espejo? dijo moviendo bruscamente el espejo interior del coche y dirigiéndolo a su cara.
-Tienes pinta de un tipo corriente, seguramente tengas trabajo y familia. Mira tus manos…tú no has cogido una azadilla en la vida. Además a juzgar por tu barba, juraría que hace menos de una semana que te has afeitado. Y no estás precisamente desnutrido, vamos que no tienes mucha pinta de delincuente. No llevas alianza, así que seguramente no estés casado. Llevas ropa de marca, tan mal no te iba. Eres educado y no tienes pinta de borracho ni de drogadicto.
-Mira, probablemente todo lo que dices sea verdad. Sin embargo, lo único que tengo hoy en día es mi instinto y los recuerdos de un niño de un día. Vamos a esperar, aunque sea a mañana, para ver si recuerdo algo. Ahora mismo no quiero saber quién era. Espero que lo entiendas, dijo encogiéndose de hombros.
Y en esto se fueron los dos para Velillas donde nadie conocía al susodicho y donde Fortunato y su mujer Consuelo dieron al desafortunado conversación, comida y cobijo.
Al día siguiente al despertar se llevó tal susto al verse rodeado de muebles y enseres extraños que bajo corriendo las escaleras y cogió la carretera por el mismo sitio que el día anterior. No había llegado a hacer dos kilómetros cuando Fortunato le adelantó a toda velocidad con su Simca. Paró a un lado de la carretera y bajo del coche.
-Oye, ¿Pero qué te pasa…? , ¡Para!, ¿A dónde vas? ¡Ni siquiera has desayunado!
Nosé -que no José- siguió andando sin siquiera mirar a Fortunato y eso a pesar de sus constantes exhortos a que dejase de andar. Finalmente decidió obrar como el día anterior y tras preguntar a dónde vas y recibir por contestación un “¿Por qué crees que voy a algún lado?” que a Fortunato le sonaba mucho y repetirle la retahíla del mercado y de lo tarde que era, finalmente accedió a montarse en el coche y allá que se fueron los dos al Josmar, uno de los bares más madrugadores de Saldaña, a desayunar unas porras y un café con leche.
Se sentaron y una vez más Nosé se sinceró y le confesó a Fortunato que no recordaba nada más allá del momento de despertarse en una horrible habitación llena de ropa de algún difunto y de luz. Fortunato, perplejo, decidió hacer algunas averiguaciones por su cuenta en el cuartelillo de la guardia civil. Tenía que entretenerle durante un rato. De este modo le comento a Nosé:
-Mira, ayer te recogí en la carretera a eso de las 12 y viniste conmigo a mi casa, donde estuvimos charlando y cenando con mi mujer, y después te fuiste a dormir. ¿No recuerdas nada de esto tampoco…? ¿Te apetece ir al cine? Igual así recuerdas algo al ver viendo otras ciudades y a otras personas. Yo mientras tengo que hacer unas gestiones.
-Todo lo que recuerdo es lo que he vivido hoy, pero no me importa el pasado, lo que cuenta es lo que haga hoy.
-Pero si no tienes pasado, ¿Cómo vas a tener futuro? Las personas construimos el presente día a día en base a cosas que aprendemos, personas que conocemos, cosas que vamos haciendo poco a poco, que no se pueden terminar en un día. No se puede labrar una tierra, sembrarla, sulfatarla y cosecharla en el mismo día. Los niños van a la escuela para aprender cosas que usarán el día de mañana, y el día de mañana, cuando estén de aprendices, verán cosas que utilizarán pasado mañana. ¿No lo entiendes?
¿Qué vas a recoger mañana si no has sembrado nada hoy? ¿Qué quieres comer si no lo has trabajado? Además como ya te dije ayer, está claro por tus ropas y apariencia que has llevado una vida de lo más normal.
De este modo se despidieron en la taquilla del cine Morrondo, donde Fortunato, tras adquirir una entrada para la matinal, quedó en volver a buscarle a la una y media. Mientras, iría a hablar con Justino, el guardia civil, y juntos pondrían fin a este entuerto.
Nosé entro al cine y se sentó en la última fila junto a todo un colegio que también había venido a ver la película. Últimamente el cine prácticamente vivía de los colegios. Las televisiones eran muy comunes. Los chicos, enseguida se hicieron los amos de la sala, y sin mayor interés en la película -una adaptación al cine del Sueño de una noche de verano de Shakespeare- decidieron celebrar que estaban fuera de las aulas aullando, tirándose papeles y riendo por cosas insignificantes. La profesora, avergonzada por tal alboroto, se aproximó a Nosé y le pidió disculpas. El sonrió. Para él todo era nuevo, todo era un gran estímulo: las historias y fanfarronerías de los chicos, el cortejo a las hembras, las gamberradas… Era algo primitivo y atractivo. Shakespeare podía esperar. Así se lo hizo saber a la profesora que maravillada por su comprensión, pero avergonzada por el comportamiento de los chicos le ofreció una entrada para ver la película de nuevo sin molestias en la sesión de la tarde. A esto Nosé contestó:
-¿Y usted también vendría…? verá, no me gusta venir al cine solo. Hoy he venido porque mi amigo Fortunato está haciendo unos recados y luego me llevará de vuelta al pueblo. Mañana tenemos mucha faena, ¿Sabe? Tenemos que ir a arar una tierra.
-Bueno…no sé, quizás otro día, ¿qué le parece mañana?
José pensó en ayer, o mejor dicho, pensó en que no recordaba que hubiese habido un ayer y se dio cuenta de que mañana tampoco recordaría el hoy y contestó:
-Hoy es mi única posibilidad, pero no importa, nos volveremos a ver…supongo.
Ella le miro a los ojos y vio en aquellos ojos azules una profunda zozobra, una inocencia infantil y una galantería que hizo que le fuera muy difícil resistirse.
Después de clase, él la fue a buscar y antes del cine tomaron un café y charlaron. Del colegio, de los chicos, de cine y de Saldaña. Él se esforzaba en encontrar algo qué decir y decidió que lo más seguro era mostrar interés y preguntar mucho. Ella se sintió escuchada y tras la película, que una vez más no vieron, accedió a que él la acompañase a casa. Al despedirse ella le confesó:
-Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien.
-Yo no recordaba haberme divertido tanto con alguien. Confirmó él
-¿Vendrás mañana a buscarme al colegio?
Él sabía que aquel día había se estaba acabando, que los sentimientos que empezaban a fraguarse en su interior, se desvanecerían en cuanto se quedase dormido. Que estaba condenado a olvidar y volver a construir de cero una casa que tanto le estaba gustando. Que si la vida es un libro compuesto de muchos capítulos conexos, la suya era una frase fuera de contexto. Su vida ya no era una vida, ni siquiera una centésima de segundo. La perdida de la memoria implicaba una carencia del hilo conductor, de esos recados que Fortunato dejaba para el día siguiente. Su vida era un rosario infinito de vivencias olvidadas. Cada día volvería a hacer el mismo viaje del bajo al primero y cada día de su vida le parecería nuevo el edificio.
De repente pensó en Fortunato. ¡Él podía ayudarle! ¡Claro!, le contaría todo y le pediría que se lo repitiera con todo detalle al día siguiente, e iría al colegio a buscar a la maestra y sería ella quien le reconocería a él. Y bueno, al día siguiente debería hacer lo mismo, pero bueno, vivir al día era muy aburrido, ¡Dos días es el doble de uno!…incluso podía probar una semana…Así que contestó:
-¡Claro!, ¿a la misma hora?
-Sí, ¡Que duermas bien! Dijo ella y con una sonrisa se metió en casa.
De repente, un coche paró a su lado. No era el coche de Fortunato. Una mujer salió de él haciendo aspavientos.
-Enrique… ¿Dónde te habías metido?

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