jueves, 7 de julio de 2011

La mina de las niñas-CAPÍTULO I

La mina de las niñas (Capítulo I)
Cuando en el colegio preguntaron a Sadina qué quería ser de mayor, balbuceó antes de responder que:”panadera como mi madre”. Miro a los posters de la clase y a sus compañeras y a falta de ideas dijo lo que se esperaba de ella. No es que admirase a su madre, ni creyese que tenía el mejor trabajo del mundo. Era más bien que no tenía ni idea de lo que le esperaba. Bulquiza era un pueblo donde la gente había dejado de tener sueños hace muchos años. Hace ya veinte años que había salido a la palestra por las huelgas de mineros. Corría el año 1992 y un grupo de treinta se encerraron solo con agua y glucosa. Esto último fue idea de Fatmir, el ingeniero. Desapareció y nadie preguntó por él.
Bulquiza tenía una economía relativamente próspera. Había al menos cincuenta bares y restaurantes y la gente compraba pan y embutido, pepinillos y boza. Éste último era muy popular entre los mineros que lo usaban en lugar de agua en la mina. Sin embargo el Estado decidió dejar de subvencionar lo de recoger cromo para venderlo  a la URSS, más que nada porque en ésta, cada letra había decidido ir por su lado y ya no compraba nada. El país se fue al garete, que no es un viaje muy largo. Solo consiste en no hacer nada. En casa de Sadina por ejemplo, cuando se rompía una ventana nadie la arreglaba, si era el ascensor tampoco y cuando uno iba a cobrar su sueldo a las oficinas del Ministerio Público y encontraba a alguien trabajando, le contestaban que de momento no había dinero.
Así que los coches se fueron averiando, las calles agrietando y los conductos de agua atascando. Y nadie hacía nada. La gente veía en la tele lo que pasaba en Kosovo y Serbia y se sentía a salvo. Y recibía a familiares y les prometía trabajo. Y hacían avenidas nuevas en vez de arreglar las viejas y así la ciudad parecía una rueda con muchos remiendos. Lo que pasa es que ya no giraba. El hermano de Sadina estaba en Italia y mandaba coches para reparar que era la manera técnica de decir que se le cambiaba el número de serie, se pintaban y a correr. Vuelta a Alemania.
Sadina trabajaba. Al menos otras mil chicas de su pueblo trabajaban con ella. Era un trabajo peculiar. Todas ellas trabajaban en una empresa de recreativos regentada por Leke el bosnio. No es que tuviesen su seguridad social, ni sus turnos, ni que hubiese muchas de baja por embarazo. De hecho en esta empresa estaban todas de alta por embarazo. Sadina había tenido ya  ocho bebes. Cada uno eran unos doce mil euros y otros seis mil para Leke el bosnio. Los niños iban a parar a Alemania, Francia, Inglaterra, España…Lo único que tenía que hacer Sadina era firmar su cesión en adopción y a lo más cuidar del niño hasta que los papeles de la adopción estuviesen finiquitados-como mucho dos semanas-y eso sí, llevar al niño y cuidarlo, que por eso le pagaban. No es que todos apareciesen como provenientes de Bulquiza, ni siquiera de Albania. La verdad es que la gente hacía más bien pocas preguntas cuando le daban un recién nacido rubio y blanquito.

1 comentario:

  1. Madre mía, qué duro. Muy bueno, Aitor. A ver cómo sigue. Feliz verano!

    Por cierto, te dejo la dirección del sitio en el que estoy escribiendo ahora => http://laprobetaliteraria.wordpress.com

    Paula

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