lunes, 11 de julio de 2011

la mina de las niñas-CAPÍTULO II

La mina de las niñas (Capítulo 2)
Los niños habían sido de dos padres diferentes. Los primeros seis de Zogu el rey que murió de SIDA en el hospital  de la mina, o de un catarro mal curado, o de una mordedura de rata…había muchas versiones. Los últimos dos habían sido de Ali Kremer, su actual compañero,  que trabajaba de camionero y conductor ocasional de autobús sobre todo en los meses calurosos cuando empezaba la tala de árboles. Ali era un hombre muy delgado, de tez extremadamente blanca y con un poblado bigote negro. Ambos vivían bien con el sueldo de Sadina y apenas trabajaban, aunque hace ya algunos meses que habían empezado los problemas para Sadina.
Toda su vida había tenido un don. Cuando dormía, veía en sus sueños a toda la gente que tenemos a nuestro alrededor, todos ellos mezclados en una ensalada freudiana. Veía a sus padres montados en el Trabant de su abuelo  con su profesora de música y a su lado el chico de clase que le gustaba. Después todos ellos paraban y se daban un baño en el lago Lura para concluir la jornada bailando en un bar de carretera. Hasta aquí todo normal. Todos hacemos extraños compañeros de cama en sueños, pero el problema era que ella veía a la gente envejecer en sus sueños.
 Así su madre que había muerto hace diez años en una operación de apendicitis seguía apareciendo cada vez  mayor. Sus arrugas eran más profundas, su cintura seguía ensanchándose exponencialmente y su pelo se agrisaba. Y lo mismo le pasaba con todas aquellas personas que había conocido estuviesen vivas o muertas. Zogu el rey seguía saliendo, cada vez más consumido y sin apenas dientes, con una jeringuilla en la antigua central lechera. Sus amigas de la escuela, unas más gordas y otras viviendo en Italia una vida aparentemente normal. Hasta su abuelo que murió, este sí, de viejo, seguía sumando primaveras y ya iban por las ciento dos.
Y en esto empezaron aparecer los niños que había dado en adopción a cambio de un plato de qofte  con tomate. Y aparecían riendo y llorando, durmiendo y en la escuela y hablando lenguas que Sadina no entendía. Solo lograba identificar algunas por los culebrones que veía en la tele y las películas de Hollywood. Leke el bosnio le había dicho que una de las claves para no coger cariño a los niños era no darles el pecho y sobre todo no darles un nombre. Así para ella eran el primero, el segundo…y así sucesivamente. Salvo por el quinto que siempre salía desnudo en una habitación verde gritando en albanes “Mamá, mamá…”

 

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