lunes, 10 de enero de 2011

el busto del emperador

Allá por el año 180 existió en Roma un emperador llamado Cómodo, hijo de Marco Aurelio, que nació para suceder a su padre, cuando este ya era emperador, cosa infrecuente en el imperio,  donde el sucesor podía ser cualquiera que el emperador eligiese. Durante sus primeros años de mandato estuvo asesorado por su padre, e incluso lucho en el frente del Danubio. Sus acciones se caracterizaron por la razón y la moderación. A la muerte de este, sin embargo, su reinado dio un giro radical y la prepotencia, la locura y la paranoia obligaron al pueblo romano a buscar en más de una ocasión su muerte sin conseguirlo.
      Cómodo estaba convencido de su divinidad-Decía que era la reencarnación de Hércules y el hijo de Júpiter - y era un ferviente narcisista. Tal era el caso que mandó contratar a un escultor para que hiciera un busto con su rostro cada semana. Dichos bustos eran semanalmente  a su vez examinados y aprobados por él y mandados como obsequios a las diversas ciudades que componían el Imperio.  Cómodo se permitía incluso el lujo de participar en espectáculos de gladiadores, luchando claro esta contra moribundos, para indignación de un senado , que él desdeñaba e ignoraba.
   Un día, en el año 187 cuando se encontraba en la Galia tratando de sofocar una revuelta, vio un busto a la entrada de la basílica de Lyon. Habían pasado ya 15 años desde que se hiciese. Quince años en los que él había cambiado de forma sustanciosa. Dónde había habido músculo ahora había flacidez, dónde hubiera un rostro de facciones regulares y expresión severa , ahora había  ojeras y arrugas, y  su amada cabellera no era hoy sino un revoltijo de pelos finos y escasos. Cuando llegó al palacio,  mandó traer esa escultura inmediatamente. La examinó e instantáneamente mandó traer a Roma todas sus esculturas.
   Una a una fueron llegando de los más recónditos rincones del imperio desde Inglaterra a Túnez y desde la Galia a Turquía, completando un auténtico álbum de esculturas de más de 150 piezas. Era la vida de Cómodo en 150 fotogramas, y era un relato cruel. Un relato de quién en lugar de gobernar se ha dedicado a la siesta la comida y la bebida.
   Mandó a su escultor que las ordenase cronológicamente y se dice que quedó mudo durante una semana al ver las inexorables consecuencias del paso del tiempo. Al salir de este letargo ordenó destruirlas todas. Cuando todas habían sido destruidas- y él había negado el paso del tiempo -se dispuso a descansar.
  Sin embargo, alguien estaba haciendo un ruido en la habitación contigua. Se levantó y vio que era el Escultor Jefe haciendo otra escultura suya.
"Qué haces?"Preguntó Cómodo contrariado
"Señor, tengo órdenes desde hace 15 años de realizar una escultura vuestra cada semana. En ningún momento me habéis dicho lo contrario"
La escultura era la del Cómodo viejo, del emperador  gordo y cansado, no la del  gladiador temido y amado por su pueblo.
"Destrúyela ahora mismo" Gritó Cómodo irritado.
El Jefe Escultor usó entonces el mismo cincel que había usado para crear con tanta precisión, para destruir.!Qué rápido se destruye algo comparado con lo que cuesta hacerlo!
"Ahora , con ese mismo cincel destrúyeme a mi!" Gritó Cómodo, dando ostensibles síntomas de embriaguez.
"Pero señor..."
"Es una orden"
Murió antes del primer golpe.
        Porque todos somos víctimas de los delirios de grandeza de nuestros gobernantes, de sus defectos, complejos y caprichos. Porque sus ganas de pasar a la microhistoria a costa de obras faraónicas o juegos y luchas de gladiadores, que paga un pueblo hambriento que ríe mientras le suenan las tripas, salen caras a la mayoría. Y sobre todo murió porque cuando se disponía a asestar un primer golpe, cumpliendo una orden envenenada, uno de los guardaespaldas le lanzó certeramente una daga que acabó con él en un santiamén.
     Cómodo haría lo propio cinco años más tarde víctima del enésimo complot para envenenarlo.

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