jueves, 10 de marzo de 2011

once eme

POZO DE GUERRA Y MUNDO
La primera llamada fue a las nueve. Sonia trabajaba en movistar desde hace tan solo un mes y su trabajo era apasionantemente aburrido. Cada día le daban un listado de posibles clientes compuesto por  antiguas altas, contratos frustrados y otros. Estos últimos eran de dudosa procedencia y eran los más numerosos. Iba a ofrecer a Javier un contrato a una tarifa que éste no podría resistir. Era la segunda vez que lo intentaba sin éxito. Si no cogían cinco veces se le tachaba de la lista. En ocasiones fantaseaba con cómo serían los clientes, y los imaginaba altos, bajos, rechonchos o barbilampiños por su voz más o menos aguda, varonil o profunda. La mayor parte de las conversaciones duraban dos minutos porque en Madrid la gente no tenía tiempo de estrellas de película. Desde luego Javier no tenía tiempo.
 La segunda aconteció a eso de las nueve y cinco. Marga quería dar un recado a José. Finalmente iría ella a por los niños al cole. Solo tenían un coche, que ella solía coger. Vivían en Vallecas .Estaban contentos porque él había encontrado trabajo de aparejador en una constructora para hacer planos para una sala de conciertos de un pueblo de Murcia. Además les había tocado un piso de protección y las posibilidades de algo así en Madrid eran muy bajas. Las posibilidades de que te toque cualquier cosa siempre son bajas. Al menos eso pensaba Marga. Si seguía sin coger el teléfono se iban a juntar los dos allí y eso sería una faena. O eso pensaba marga.
La tercera fue a las nueve y diez. ¿Donde se había metido este tío? Manuel llevaba trabajando en la gasolinera de Embajadores diez años en los que había visto de todo. Le habían atracado tres veces y se le habían ido sin pagar  hasta en veinte ocasiones. Y  él no lo entendía,  porque había unas cámaras que registraban la matricula y en diez días al tío le llegaba la carta de los abogados emplazándole a pagar en un plazo de dos días bajo amenaza educada de denuncia y gastos de demora etc. Casi todos pagaban y ponían alguna excusa para tener prisa. Hasta en Domingo. Hoy Lola le llamaba por cuarta vez. Quería irse a casa en una noche aburrida. Quería dormir algo antes de ir a sus clases de ballet. Su jefe le había dicho que hasta que no llegase Manuel no se podía ir. Los jefes también se equivocan.
Los teléfonos sonaban incesantemente uno al lado del otro con distintas melodías. Algunos incluso con sarcástico tonos  humorísticos. Hasta 20 había reunido la policía. Los había alineado todos en el andén  como nefasta metáfora de los cuerpos que todavía estaban  por aparecer e identificar porque los teléfonos sirven para vender, avisar, tranquilizar y porque esta vez habían servido para algo muy diferente. En realidad no habían servido para nada.
Las siguientes llamadas, cuando ya había aparecido todo en las noticias eran llamadas agónicas, llamadas en que no se esperaba respuesta, pero que sin embargo uno se niega a no hacer. Llamadas en las que la no respuesta es esperanza pero la educada voz de un guardia civil significa un adiós, o un al diablo.

2 comentarios:

  1. Qué bueno, Aitor. Me encanta cuando los textos tienen un montón de detalles cotidianos que los vuelven más raales. En este caso esto tiene mayor importancia ya que hablamos de una gran tragedia que, al menos yo -y afortunadamente-, solo viví a través de la capa protectora de la caja boba.

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  2. Hey tio soy Eriz. Lo tienes muy logrado el blog. No sabía esta faceta tuya. Lo he visitado entero. Me he mofado con lo del caballo un buen rato. La vida mata y la droga...remata jeje

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